Existe en los desiertos de Arabia un ave que difícilmente se deja ver. Su plumaje exuberante en tonos rojos, naranjas y dorados rememora los secretos del cielo antiguo, inagotable su fuerza, mágico el poder curativo de sus lágrimas. Cada quinientos años construye en su nido una pira funeraria con incienso y plantas aromáticas que el sol enciende durante la aurora. El aroma del sándalo y la canela penetran su alma a medida que el fuego lo consume. Para el ocaso solo quedan cenizas de las que surge una larva que lentamente se transforma en el mismo fénix, siempre único y eterno. Este ser inmortal, lleva en sus ojos la soledad del infinito, acumulando todo el saber desde su origen. Cuando ha crecido suficiente, recoge las perfumadas cenizas y vuela hacia Heliópolis, en Egipto, esparciéndolas en el Templo de Osiris, el Dios Sol, mientras canta la melodía más inspiradora escuchada jamás..
El mito por si mismo llega a lugares de nuestra totalidad que poco tienen que ver con la razón, se pone al servicio del inconsciente, ese inconsciente en el que todas las experiencias de la humanidad se han impreso y vuelven de una u otra forma, ya sea como símbolos, imágenes, arquetipos. Todo mito nos remitirá a los orígenes. Pienso que al interpretarlo lo estamos reduciendo, pero el entendimiento también es necesario.
Símbolo oculto de iniciación, el renacer de su propia muerte, trasmutar lo viejo en nuevo, renovar las posibilidades agotadas, despertar las potencialidades latentes. Es un mito íntimamente ligado a la alquimia, misteriosa ciencia abocada a la búsqueda de la Piedra Filosofal, el descubrimiento del elixir de larga vida y el logro de la “Gran Obra”. Como en el proceso de regeneración alquímico, avivar el fuego interior para llegar al centro mismo del Ser, esa esencia incognoscible que no llegamos a captar por exceder nuestras facultades de comprensión. El retorno al paraíso en la mención del vuelo hacia Heliópolis. La conciliación de los contrarios al ser un ave único, macho y hembra a la vez. La mención de Osiris, héroe solar, como el ritual diario del sol en donde no hay comienzo ni fin absoluto sino en apariencia. Todo continúa para sufrir incesantes transformaciones, de forma que lo que ha existido en potencia se realice.
Esto recién empieza...